El riesgo de ignorar a la Inteligencia Artificial
Autoría: Alejandra Alpuche Vélez
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Los cambios, las innovaciones y la introducción de tecnología y procesos disruptivos siempre causarán algún tipo de resistencia, la cual es generada quizá por miedo a lo desconocido, por comodidad o incluso por inseguridad propia; sin embargo, el cambio es una variable permanente de ser seres humanos.
Uno de los ejemplos actuales en el ámbito educativo es el uso de inteligencia artificial por parte de los estudiantes en sus tareas y evidencias, lo cual se puede considerar en primera instancia como una conducta en contra de la honestidad académica.
Sin caer en la discusión en si se debe o no usar la inteligencia artificial, lo cierto es que, aunque los docentes queramos o no queramos, los estudiantes sí la utilizan, cada vez más y cada vez más estudiantes, incluso me atrevería a decir que la mayoría lo hacen.
Ante este hecho contundente, hay tres caminos que se pueden adoptar. El primero consiste en negar e ir en contra de la corriente, es decir, en esta postura caen los docentes que en las reuniones de academia manifiestan su descontento con el uso de la inteligencia artificial por parte de los estudiantes, y tienen la esperanza de que surja algo que detecte el uso de estas herramientas, para anular la evidencia del estudiante, o están esperando a que la institución determine las políticas correspondientes en el reglamento.
El riesgo de adoptar este camino consiste en quedarse desactualizados a tal grado, que ya no corresponda el proceso de enseñanza – aprendizaje con las características y necesidades de las generaciones actuales y futuras.
Como nota extra, esa última parte sobre el establecimiento de una línea institucional al respecto, siempre abonará para enmarcar la conducta esperada por parte de los integrantes de una comunidad, de hecho, ya existen esfuerzos de este tipo.
El segundo camino, es el opuesto, en donde los docentes promueven el uso de la inteligencia artificial en actividades y evidencias que la aprovechan como un recurso más que puede favorecer el aprendizaje.
Incluso son docentes que además la usan para ellos mismos en su proceso de planeación y de creación de contenido y/o materiales didácticos.
Y aunque este podría ser considerado el mejor camino, siempre hay que cuidar el riesgo de sobreutilizar una sola herramienta, sea la inteligencia artificial o cualquier otra.
El tercer camino, y el de mayor riesgo, es precisamente el de ignorar que es algo que existe, y que seguirá existiendo, porque lo único que sucede es que todos los actores se terminan autoengañando.
Los estudiantes aprenden a tomar salidas fáciles que no les implican un esfuerzo cognitivo real, es decir usan la inteligencia artificial por usarla: para “salir del bache” con el mínimo esfuerzo, lo cual definitivamente no implica ningún desarrollo de habilidades (o quizá solo el “cómo salir victorioso con el mínimo esfuerzo”), tampoco es evidencia del logro de propósitos educativos, ni refleja comprensión o aprendizajes significativos.
Por otro lado, los docentes para evitar discusiones o problemáticas con los estudiantes y/o sus familias, fingen que no han notado que la evidencia entregada no corresponde al nivel de desarrollo o a las herramientas con las que cuenta el estudiante (especialmente los docentes que sí conocen a sus estudiantes), y aunque pueden tener una sospecha genuina, al no poder comprobarlo, se evalúa el producto como cualquier otro, y se otorga una nota o acreditación que tampoco refleja el aprendizaje obtenido.
Entonces, el riesgo de ignorar a la inteligencia artificial en los procesos educativos, consiste principalmente en que caigamos en una simulación: unos simulan que aprenden y otros simulan que enseñan.
Aunado a lo anterior, también se corre el riesgo de desaprovechar el valor didáctico que puede tener la inteligencia artificial, ya que ésta nos obliga a buscar y crear estrategias distintas e innovadoras para reconocer el aprendizaje de los estudiantes.