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Las elecciones presidenciales del 2024 en México están a la vuelta de la esquina. Las encuestas para seleccionar candidatos o para indicar las preferencias del electorado, así como para notificar quien lleva la delantera en determinados estados y quién probablemente no ganará en tales otros, no tardarán en inundarnos. Descalificaciones e irregularidades serán el pan de cada día.
Si nos remontamos a las encuestas de tipo político de los últimos años en México pareciera que más que una técnica de investigación, las encuestas se han convertido en una especie de “mediciones” que respaldan lo que quien las paga quiere escuchar. Darrell Huff, en su libro Cómo mentir con estadísticas, nos advierte que los bribones utilizan tretas que pretenden engañar o manipular y que las personas honradas deben aprender tales trucos para defenderse. En este sentido, resulta conveniente recordar algunas cuestiones básicas sobre las encuestas, la estadística y el sentido común.
Las encuestas son una técnica seria de investigación. Se llevan a cabo mediante un cuestionario que proporciona información sobre las opiniones, comportamientos o percepciones de las personas y arroja datos que se utilizan para realizar análisis que pueden ser cuantitativos o cualitativos, dependiendo de las preguntas que contiene. Las preguntas pueden hacerse de forma presencial o en línea. Ya sea de una forma o de otra, es importante que cumplan con los criterios de validez y confiabilidad, esto es, que el instrumento realmente mida lo que se busca medir y que su aplicación repetida produzca resultados similares en situaciones parecidas.
No es mi intención profundizar aquí sobre los métodos para medir la confiabilidad y la validez de un instrumento de investigación, sino llamar la atención sobre que, si una encuesta está bien diseñada. ¿A qué se debe la gran disparidad en los resultados de las encuestas de tipo político? ¿Cómo los candidatos van a elaborar sus propuestas para satisfacer a los votantes si cuentan con información errónea o manipulada? ¿Cómo pueden estar seguros de que la opinión pública los favorece o no? ¿A caso no se está pagando a las casas encuestadoras para que hagan un diseño confiable y válido?
Las diferencias en los resultados pueden deberse a muchos factores, por ejemplo, personas que no quieran responder o si la encuesta se hizo por teléfono o en línea, lo cual deja fuera a muchas personas, pero, desde mi punto de vista, esto no explica tanta diversidad en los resultados. Esto no quiere decir que tales diferencias sean exclusivas del ámbito político, sino que es donde más se ponen de manifiesto y, al parecer, es donde más se trata de manipular la opinión de las personas favoreciendo a quien patrocina las encuestas.
Por otro lado, es preocupante el análisis estadístico que se hace con la información obtenida de las encuestas, en este sentido, me gustaría comentar que: analizar unos cuantos datos y manipularlos a conveniencia no es estadística. Analizar datos y sacar implicaciones erróneas, no es estadística. Falsear datos no es estadística. Presentar conclusiones ocultando datos no es estadística.
Los interesados en estos temas no podemos desconfiar de todo en todo momento, pero en estos tiempos que se avecinan, es recomendable recurrir a nuestro sentido común, esto es, desarrollar la capacidad para juzgar de forma razonable cuestiones importantes como la empresa que hace la encuesta y la persona que la difunde, la metodología utilizada, el grado de validez y confiabilidad, la forma de preguntar y, sobre todo, no dejarnos engañar teniendo en mente que las encuestas son una técnica de investigación y la estadística es una ciencia exacta, la manipulación de datos, las interpretaciones erróneas, las mentiras que con ellas se puedan sustentar, dependen de la calidad moral de quien las utilice.