El arte de ayudar sin hacer daño
Autoría: Leopoldo Díaz Mortera
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Ayudar es un arte. Creemos que sólo requiere voluntad y buenas intenciones, pero su complejidad estriba precisamente en que la falta de cuidado y reflexión puede llevar sin darnos cuenta, y contrario a nuestros buenos deseos, a hacer más daño que bien a quienes queremos ayudar. Si quieres hacer la diferencia o simplemente aprovechar las oportunidades de apoyar a quien lo necesita, si eres activista, altruista o un buen samaritano, esta pequeña reflexión podría darte algunas pistas para no ser parte del problema que quieres solucionar.
Sé que mi preámbulo puede causarte recelo o desconfianza, ayudar parece natural y sencillo, es casi bíblico: alimenta al que tiene hambre, dale de beber al sediento, abriga al que tiene frío, consuela al que sufre, ama al que está solo y desvalido; sin embargo, no hablo de empujar el auto que no arranca cuando ves a un desconocido trajinar en la avenida, o echarle la mano a la mujer que levanta la cortina de fierro de un local (que, por cierto, esas acciones no están exentas de equívocos y dificultades, como esas premisas cinematográficas donde se detienen a ayudar a alguien a cargar cosas a su camioneta y descubren que se han vuelto cómplices de un robo), sino de esas situaciones en las que ayudar tiene muchas aristas y en su aparente simplicidad esconde toda la intrincada contradicción de nuestra propia humanidad.
Para darte una idea de estas laberínticas dificultades en el arte de ayudar, abre una red social y mira los reels, shorts o tiktoks en tu móvil, tienes a tu alcance material suficiente para estudiar la condición humana y su turismo de voluntariado, cada vez es más frecuente encontrar en internet una proliferación de videos en los que influencers, youtubers y tiktokers ayudan a personas empobrecidas y desafortunadas, algunas trabajadoras informales otras en condición de calle, les ponen a prueba, piden ayuda, dinero o comida (que no necesitan), para descartar a los descartados, a los empobrecidos que no pueden o no quieren compartir lo poco que tienen porque les hace mucha falta. Entonces, aparece el gesto que revela a quien posee la riqueza moral que le hace digna de la recompensa que vendrá, les dan comida, obsequios costosos que no necesitan, o el dinero de la venta del día de lo que vendan, para pasear a algún parque de diversiones o disfrutar de un día libre.
A primera vista y sin ejercicio crítico la buena acción parece tierna e inspiradora, la realidad es que no resuelve nada a nadie, no surge de una acción desinteresada, es un altruismo que busca la visibilidad de quién hace la buena acción y no de la acción en sí misma, de las circunstancias de inequidad e injusticia que subyacen, no visibiliza a los excluidos, se centra en el beneficio personal de quién busca la fama momentánea, que por fugaz demanda más acciones y la viralización, es una tendencia en la que toda buena acción es una simulación en el metaverso para recibir más likes; todo acto bondadoso está coptado por la suma de vistas.
Los más escépticos dirán que al menos ese día no tuvo que luchar más quien recibe el beneficio. En una sociedad donde la cultura del asistencialismo está arraigada parece deseable, sin embargo la compasión es un sentimiento que nos vincula con el dolor del otro y nos mueve a hacer algo por ellos, es una virtud que no se limita a realizar las buenas acciones para dejarlas grabadas, no debemos hacerlo solo para aliviar nuestra conciencia o tener cinco minutos de fama, debemos considerar las consecuencias de nuestras acciones y pensar si éstas le quitan o le dan la posibilidad real de obtener lo que le falta.
Ayudar es difícil porque la mayoría cree que es fácil, es un arte porque no se nos da naturalmente aunque hay un componente biológico ligado a la supervivencia; ayudar tiene un componente social y aprendido, en nuestras comunidades cada vez más complejas por las dinámicas individuales y colectivas requiere como todo arte dominar un conocimiento para que las acciones sean útiles, es decir, ser competentes para no hacer daño con nuestras buenas intenciones, poniendo en el centro a quien o quienes queremos ayudar, pensar en el otro y sus necesidades, y no en nosotros y nuestras concepciones de ayuda, creer que sabemos más o mejor lo que el otro necesita lleva al error. Para ayudar a otros no podemos quitarles la posibilidad de aprender y resolver por ellos mismos lo que les toca. Quien ayuda debe acompañar con cuidado y amor, pero siempre apuntando hacia la solución de las causas últimas y no solo a paliar los síntomas.