La prisión perfecta o la ilusión de la libertad
Autoría: Leopoldo Díaz Mortera
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Hay muchas maneras de imaginar la prisión perfecta, en 1791 Jeremy Bentham, ya había ideado una prisión de bajo costo y con un mínimo personal requerido para vigilar, el panóptico del filósofo alemán es una ingeniosa propuesta arquitectónica que en detrimento de la intimidad y la privacidad maximizaba los beneficios económicos, una prisión cilíndrica que no permite ver desde el exterior lo que hay dentro, pero que dentro tiene compartimentos enrejados translúcidos que son vigilados por un celador apostado en una torre central en la que no es posible que le vean, pero él puede verlo todo.
En este orden de ideas, la ficción nos ha dado muchas ideas creativas, con despliegues tecnológicos de impresionante de monitoreo y vigilancia, donde vislumbramos la utilidad de las inteligencias artificiales en la consumación de un régimen totalitario al estilo del Gran Hermano de 1984 de George Orwell. El control es una obsesión que no pierde vigencia en la actualidad, Aldous Huxley, en una edición de su famosa novela Un mundo feliz, escribió un prólogo 20 años después de que su obra viera la luz en 1932 en el cual dice que políticos y científicos estarían abocados en <<el problema de la felicidad>> que tiene como médula que la gente ame su servidumbre, lo que hoy día el filósofo surcoreano Byung-Chul denuncia como una autoexplotación disfrazada de autorrealización.
Con base en lo anterior, la libertad es, en este sentido, una ilusión, pues como afirmó Jean Jacques Rousseau El hombre nació libre, pero en todas partes vive encadenado, así la prisión perfecta carece de paredes, pues son los hombres y mujeres quienes se esclavizan a sí mismas desde las historias que se cuentan para amar su servidumbre; las personas, con el pretexto de estar haciendo lo que hacen para sí o los suyos, terminan perdiendo la vida tratando de ganar dinero y como dijo el ex presidente uruguayo José Mujica, es miserable gastar la vida, para perder libertad.
En ese sentido, la prisión perfecta está hecha de palabras, el lenguaje es al mismo tiempo la prisión y la llave que libera o abre esa prisión, en política el lenguaje se usa de forma retórica, encubre las realidades o crea un imaginario en el que somos ciegos a lo real y lo que vemos son solo ideas que nos hacemos o nos de-formamos de la realidad, es por eso que un Estado que quiere control apuesta por una educación aleccionadora y demagógica centrada en la capacitación y especialización para el trabajo, y no una educación liberadora que promueve el pensamiento y la criticidad, pues eso provoca cuestionamientos y acciones que van en detrimento del control.
A las palabras que forman los muros y barras invisibles de esa prisión perfecta les llamamos eufemismos, que son los recursos que usan los que nos aprisionan y nos quieren mansos, aquellos que apuestan a que el entretenimiento y el consumo alivien la desgana, la falta de sentidos de vida y la angustia existencial, ¿sientes que le falta algo a la vida?, calma, escápate de esos pensamientos y mejor ve de shopping que para eso trabajas, para darte tus gustos; consumir y divertirse son mecanismos de alienación que evitan además que nos organicemos como sociedad, empaticemos y conectemos con la compasión que puede movernos a acciones humanizantes.
Un eufemismo es una estrategia discursiva que sustituye una expresión dura, vulgar o grosera por otra suave, elegante o decorosa, afirma Helena Beristáin en su Diccionario de Retórica y Poética, este paso de lo ordinario a lo poético a través de metáforas corruptas, como las llamó Orwell, es un recurso del lenguaje político y económico del modelo capitalista neoliberal, el cual consiste en el uso de eufemismos que oscurecen lo que se dice a partir de vaguedades que suenan contundentes, este es además un recuso que tuvo mucho éxito en los regímenes totalitarios, por ejemplo en la Segunda Guerra Mundial en lugar de hablar de cámaras de gas se les llamaba duchas, y las personas que asesinarían en ellas se decía que serían desinfectadas (desinfizieren).
Hay una larga lista de eufemismo que escuchamos diariamente en las noticias, la publicidad y en las conversaciones anodinas que tenemos, les comparto una pequeña muestra de mis favoritos: llamar loft industrial a un departamento cuyos metros cuadrados habitables son inhumanos y recuerdan el hacinamiento que hay en Hong Kong y las casas jaula o ataúd, además el “estilo industrial” encubre por lo general y en muchos casos el uso de materiales de bajo costo; en temas de seguridad, en los asesinatos y las desapariciones forzadas decir de las víctimas que en algo andaban justifica o criminaliza a las personas y desvía la responsabilidad del Estado con las familias y sus víctimas; o daños colaterales, para justificar la muerte de personas inocentes en enfrentamientos del ejército contra supuestos criminales o cárteles; o eufemismos más recientes que truecan el espionaje por la inteligencia (este no requiere explicación). Estos son solo algunos ejemplos de metáforas corruptas que proponen un nuevo lenguaje de la precariedad y la violencia para encubrir o negar la realidad.
En pleno siglo XXI hay ficciones que parecen develar la realidad y no ficciones que intentan encubrirla, en una época tan polarizada estos temas se vuelven especialmente escurridizos y la cordura llama a considerarles conspiranoicos a quienes los abordan, quizá por eso Allan Poe encontraba horrible la cordura, pues los cuerdos prefieren amar su servidumbre a cambio de la ilusión de la seguridad. Evadirse de la realidad o considerar real e inamovible aquello a lo que se ha reducido la vida es una manera de evitar los temas que nos invitan a liberarnos, la libertad asusta en un mundo donde ser prisioneros de nuestras ideas, anhelos y consumos es lo deseable, por supuesto, la última palabra es de usted e igual que en la película Matrix, tiene la opción de escoger entre vivir feliz en su mentira o dejar que la verdad, por dolorosa que sea, le haga libre.