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Niños viendo una tablet
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La generación de las pantallas: Desafíos y alternativas

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La infancia se ha reconfigurado debido al uso de dispositivos digitales.

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A menudo, quienes convivimos de manera cotidiana con infantes y adolescentes, nos enfrentamos a una inquietud persistente: algo ha cambiado en las nuevas generaciones, y en gran parte, está vinculado al uso extendido de dispositivos digitales desde edades tempranas.

El presente texto busca analizar el impacto de esta realidad en su desarrollo, reflexionando sobre los efectos negativos que surgen y explorando posibles soluciones para proteger y cuidar de mejor manera su integridad.

Dos factores fundamentales han marcado este cambio en comparación con generaciones anteriores:

1. El desarrollo acelerado de tecnologías digitales impulsadas por el acceso masivo a internet.
2. La llegada del smartphone y su omnipresencia en la vida cotidiana.

La combinación de ambos ha tenido mucho que ver en el notable aumento de los trastornos psicológicos que hoy aquejan a los más jóvenes.

El psicólogo social Jonathan Haidt, autor del libro La Generación Ansiosa afirma lo siguiente: La infancia ha pasado de estar basada en el juego a estar basada en el móvil, lo que ha generado un «tsunami de enfermedades mentales». En sus investigaciones, logró identificar lo que muchos ya sospechaban: existe una relación causa-efecto entre el consumo digital excesivo por parte de niños y adolescentes (sin vigilancia parental) y dichos padecimientos. Y este fenómeno ya se pudo observar claramente a partir de 2010 y con más contundencia durante la pandemia del COVID 19, como consecuencia del confinamiento.

Pero, ¿cómo o por qué los dispositivos pueden dañar a nuestras infancias y juventudes? Para comprenderlo, es crucial reconocer una verdad fundamental: los smartphones no están diseñados para los menores, ni tampoco las aplicaciones más populares que utilizan, como las redes sociales.

El contenido que consumen comúnmente no es generado por personas preocupadas por la infancia ni por su desarrollo armónico.  De este modo, los referentes con los cuáles van construyendo su realidad, creencias, identidad, gustos, preferencias y decisiones, se basan en lo que dictan los influencers en sus videos de Tik Tok o YouTube y en lo que postean a todas horas sus pares.  Y a pesar de que no es legal en varias aplicaciones abrir una cuenta siendo menor de 13 años, se ha normalizado su uso. Esto plantea un problema grave: el acceso libre e irrestricto a contenido inapropiado o dañino.

No hay que olvidar que la niñez y adolescencia son etapas cruciales de desarrollo físico y socioemocional. En este sentido, las capacidades necesarias para enfrentar el universo digital de manera saludable aún no están completamente formadas. Si nosotros, como adultos, con mayor madurez, a menudo sucumbimos al scrolling infinito y las distracciones digitales, para los más jóvenes resulta más difícil y retador mantenerse al margen de los usos problemáticos de los dispositivos, quedando indefensos y completamente vulnerables a padecer adicciones tecnológicas así como ansiedad, estrés y depresión que se derivan de su mal uso y abuso.

Así pues, la llamada Generación Z o Centennial (los nacidos entre 1996-2010) ha sido la primera en atravesar la pubertad de la mano de sus dispositivos, sumergiéndose en ese mundo digital que implica invertir mucho tiempo y energía en mirar de manera constante y adictiva, las pantallas. Y, como es de suponer, todo ello tiene serias repercusiones para el  desarrollo de la personalidad, puesto que, siguiendo con Haidt “los niños prosperan cuando están enraizados en comunidades del mundo real, no en redes virtuales incorpóreas”.

Reflexionemos en lo siguiente: al pasar la mayoría del tiempo en el mundo digital, ¿qué dejan de hacer los niños y jóvenes? Actividades fundamentales como el juego libre, la lectura, el estudio, las artes, el deporte, el contacto con la naturaleza y la convivencia cara a cara con los pares se ven desplazadas. La ausencia de estas experiencias limita el desarrollo de habilidades esenciales como la resiliencia, la empatía, la tolerancia a la frustración y la capacidad para resolver problemas y tomar decisiones. En suma, la fortaleza emocional que se requiere para hacer frente a los desafíos de la vida.

Los retos de esta #CiudadDigital requieren que como sociedad revaloremos el papel de la tecnología en la vida de las nuevas generaciones. No se trata de prohibir los dispositivos digitales, sino de encontrar un equilibrio que fomente un uso apropiado a la edad, con mayor responsabilidad y conciencia. Esto implica educar sobre los riesgos y oportunidades del entorno digital, fortalecer las políticas públicas y normativas en cuanto a su uso, establecer límites claros y facilitar aquellas experiencias que privilegien el contacto humano, el juego libre y la responsabilidad en el mundo real.

Para ello, es preciso replantear nuestras prácticas de crianza orientándonos al cultivo de habilidades que promueven la resiliencia emocional, el pensamiento crítico, la autoestima y la autonomía.

#CiudadDigital

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Publicado originalmente en e-consulta.
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Material gráfico
Misael Chirino Durán
Fotografía
Ramón Tecólt González

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