Biodiversidad: pendiente del gobierno saliente
Autoría: Romeo Alberto Saldaña Vázquez
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La biodiversidad es mucho más que la riqueza de especies que habitan en un territorio; es el pilar sobre el cual se sostiene la vida y el bienestar humano. Los ecosistemas saludables proveen servicios esenciales a la sociedad como la regulación del clima, la purificación del agua y la fertilidad de los suelos, así como la polinización de cultivos agrícolas que forman la base de la alimentación global. Estas contribuciones de la naturaleza, también llamadas servicios ecosistémicos, son el sustento silencioso de las sociedades, particularmente en países como México, donde la economía rural y la identidad cultural están profundamente ligadas a la salud de sus paisajes naturales.
México es el centro de origen y diversificación de cultivos de importancia global y su biodiversidad juega un papel fundamental en su producción agrícola. Un ejemplo claro es el cultivo de café en estados como Chiapas y Veracruz, que depende de la sombra de árboles nativos y de la polinización por insectos y del control de insectos plaga por hormigas, reptiles, murciélagos y aves. La pérdida de esta biodiversidad afecta la producción y calidad del café, impactando no solo a miles de productores, sino también a la economía local. Lo mismo ocurre con la producción de tequila y mezcal, que dependen de los polinizadores naturales de los agaves. La polinización, realizada principalmente por murciélagos, es un proceso ecológico que asegura la producción de semillas y la variabilidad genética de las plantas de agave, indispensable para la sostenibilidad de estos cultivos. Si estos polinizadores desaparecen, la viabilidad de estos productos se ve amenazada, con consecuencias para las cadenas productivas y la identidad cultural de las regiones productoras.
Pese a la importancia de la biodiversidad para el desarrollo del país, el gobierno de Andrés Manuel López Obrador deja un balance negativo en cuanto a políticas públicas ambientales. Aunque durante su administración se declararon nuevas áreas naturales protegidas y se presentó la Estrategia Nacional para la Conservación de los Polinizadores, estos esfuerzos se quedaron cortos. La falta de presupuesto, la limitada coordinación interinstitucional y el pobre liderazgo impidieron que estas iniciativas se convirtieran en un cambio efectivo para detener la pérdida de biodiversidad. Además, estos logros se ven opacados por decisiones contradictorias que propician la degradación ambiental.
Por ejemplo, la alta contaminación generada por empresas como Pemex continúa afectando gravemente cuerpos de agua y suelos, y se han multiplicado los accidentes por hidrocarburos y malas prácticas en las plantas de procesamiento. A esto se suman las severas sequías en varias regiones del país, que, en parte, se deben a la falta de medidas de manejo del agua y a la deforestación desenfrenada en bosques y selvas. La construcción de grandes obras de infraestructura, como el Tren Maya, ha fragmentado hábitats críticos para la flora y fauna, poniendo en riesgo a especies emblemáticas como el jaguar. Por otro lado, los sitios para la conservación ex situ, como zoológicos públicos, han sido señalados por malas prácticas de mantenimiento de los ejemplares resguardados. La degradación de la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (Conabio), que ha sido reducida a una oficina dentro de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat), es otro ejemplo del debilitamiento institucional. La pérdida de su autonomía y la reducción de recursos han dejado a esta institución, referente internacional, sin capacidad de interlocución ni peso político para incidir en la toma de decisiones ambientales sobre biodiversidad.
Estas señales de retroceso en la gestión de la biodiversidad son preocupantes, porque reflejan la falta de visión de un gobierno que, a pesar de sus promesas de transformación, ha dejado el tema ambiental como un asunto secundario. La conservación y restauración de la biodiversidad no pueden depender únicamente de decretos simbólicos o de la creación de reservas sin un respaldo financiero y político real. Requieren políticas públicas ambiciosas y coherentes que comprendan la complejidad de los sistemas ecológicos y su interacción con las actividades humanas.
El reto es grande, pero mientras no reconozcamos que nuestra existencia está profundamente ligada a la naturaleza, seguiremos complicando nuestro propio futuro. La dependencia de nuestros modos de vida con la biodiversidad es indiscutible, y si no se toman acciones inmediatas para detener su degradación, México enfrentará graves consecuencias económicas y sociales. Necesitamos políticas públicas que vayan más allá del papel y que realmente busquen restaurar y proteger nuestros ecosistemas, pues de ello depende la sostenibilidad de nuestra agricultura, nuestros paisajes y, en última instancia, nuestra propia calidad de vida.