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Habitar el cuerpo en la era del rendimiento

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El sistema capitalista nos ha permeado con la obsesión por el rendimiento y la perfección.

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Hablar de corporeidad no se reduce a discutir sobre músculos, piel o siluetas; es adentrarse en un territorio donde lo social y lo personal chocan, se mezclan y se contradicen. Implica ese ejercicio incómodo de cuestionarnos hasta qué punto somos dueños de nuestro propio cuerpo o, más bien, si este es resultado de una construcción social. Los estereotipos, las frustraciones y los ideales impuestos por el sistema capitalista —que nos incita a obsesionarnos con ellos— no son solo abstracciones: se encarnan, literalmente, en nuestra forma de movernos, de mirar e incluso de habitar el espacio.

Pensar el cuerpo, entonces, va más allá de lo visible. Es rastrear lo no dicho: esos gestos que delatan inseguridades, esas posturas que revelan tensiones no resueltas. El sistema capitalista nos ha permeado con la obsesión por el rendimiento y la perfección. Ha convertido la corporeidad en un campo de batalla, en un consumo voraz: medicamentos milagrosos para bajar de peso, entrenamientos exhaustivos sin asesoramiento adecuado, entre otras prácticas. Como señala Le Bretón (1992), perseguir el “cuerpo perfecto” no es un camino de liberación, sino una carrera llena de obstáculos, muchos de ellos inventados por un sistema que lucra con nuestra insatisfacción.

Durante siglos, la sociedad ha moldeado cuerpos y mentes a través de normas internalizadas en el proceso de socialización. El cuerpo, lejos de ser un mero contenedor biológico, se ha convertido en un símbolo cargado de significados: un lenguaje silencioso que determina cómo nos relacionamos, cómo nos percibimos y, sobre todo, cómo somos percibidos (Scribano y Fígari, 2009). Pero hoy, en la era de los algoritmos y la hiperconectividad, ese proceso ha mutado. Ya no son solo las instituciones tradicionales —la familia, la escuela, la religión— las que dictan cómo debe ser un cuerpo “aceptable”; ahora, las redes sociales y la cultura fitness han tomado el relevo, imponiendo ideales aún más inalcanzables y, muchas veces, peligrosos.

Hoy, un influencer con buen engagement tiene más autoridad que un atleta profesional; cualquier usuario con miles de seguidores se erige como gurú de nutrición, entrenamiento y “vida sana”, aunque su conocimiento se reduzca a poses fotogénicas y eslóganes motivacionales vacíos. Las redes sociales han saturado nuestro imaginario con cuerpos esculpidos por ángulos estratégicos, edición digital y rutinas insostenibles. Se vende la ilusión de que cualquiera puede —y debe— alcanzar ese ideal, ocultando los trastornos alimenticios, las lesiones por sobreentrenamiento y la frustración constante de quienes persiguen un espejismo. Lo peor es que esta narrativa no solo refuerza estereotipos dañinos, sino que distorsiona por completo la relación con el cuerpo: ya no se trata de salud, sino de aprobación social; ya no es movimiento por placer, sino por obligación.

¿Dónde queda la corporeidad real en medio de este circo digital? Como bien señalaba Le Bretón (1992), el cuerpo es una construcción social, pero también un territorio de resistencia. Quizás sea hora de dejar de buscar la validación en likes y empezar a preguntarnos: ¿Qué cuerpo queremos habitar?

Referencias:

Le Breton, D. (1992). La sociología del cuerpo. Nueva Visión.

Publicado originalmente en MTP Noticias.
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Material gráfico
Misael Chirino Durán
Fotografía
Ramón Tecólt González

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